🪷 El arquero y el bambú
Un joven discípulo llegó al templo en lo alto de la montaña, buscando respuestas. Durante años había entrenado sin cesar: dominaba el arco como nadie, su puntería era precisa, y su concentración impecable. Sin embargo, sentía que algo le faltaba.
—Maestro —dijo un día al anciano que barría las hojas del jardín—, he practicado cada día para ser el mejor arquero. ¿Cuánto más debo entrenar para alcanzar mi objetivo?
El maestro no respondió. Caminó lentamente hacia un bosquecillo de bambú cercano y señaló uno de los tallos más altos.
—Dispara una flecha a ese bambú.
El joven lo hizo sin dudar. La flecha atravesó el tallo con elegancia.
—Ahora dispara al bambú sin pensar en acertar —dijo el maestro.
El discípulo frunció el ceño, desconcertado, pero obedeció. Esta vez, la flecha erró el blanco.
—¿Lo ves? —dijo el maestro con suavidad—. Cuando tu mente está ocupada en el objetivo, se aleja del momento presente. Disparaste mejor cuando solo había bambú y respiración, no deseo de victoria.
El joven bajó el arco. Por primera vez en años, no sentía prisa.
El maestro volvió a su escoba. Antes de alejarse, murmuró:
—Si mi objetivo estuviera conseguido, ¿qué haría hoy?
🍂 El monje, el burro y el precipicio
En un remoto monasterio, vivía un monje conocido no por su sabiduría, sino por su sinceridad brutal. No usaba metáforas floridas ni frases de calma: decía las cosas como eran, incluso si dolían.
Un día, llegó un joven aldeano, angustiado.
—Maestro, he perdido mi trabajo, mi pareja me ha dejado, y siento que todo se derrumba. No puedo pensar. No sé qué hacer.
El monje lo miró un largo rato y dijo:
—Ven, vamos a dar un paseo.
Caminaron en silencio hasta un acantilado. Abajo, se escuchaba el rugido del río. Al borde, atado a un árbol, un burro masticaba hierba.
El maestro señaló al burro.
—Si lo empujo por el acantilado, muere.
—¡No lo haga! —dijo el joven, alarmado.
—Si le suelto la cuerda, se va y se pierde.
—¡Tampoco! —dijo el joven.
—Si le doy piedras en vez de comida, se enferma.
—No entiendo... ¿qué tiene que ver esto conmigo?
El monje se giró y lo miró por fin a los ojos.
—Cuando no sabes qué hacer, al menos piensa qué haría que todo fuera peor. Y no lo hagas.
Entonces esperas. El momento cambiará.
El joven lo miró en silencio.
—Porque, muchacho... —añadió el maestro mientras el burro rebuznaba como aprobando—
...en un momento de crisis, cuando no hay respuestas, es mejor pensar cómo empeorar... para no hacerlo.
🐢 La Tortuga y la Rana
En un pequeño estanque rodeado de juncos y silencio, vivían una rana y una tortuga.
La rana era ágil, vivaz y ruidosa. Pasaba los días saltando de hoja en hoja, lanzando su lengua al aire para atrapar moscas con impecable destreza.
—¡Mira cómo cazo! —decía—. Las moscas son mi alimento, mi alegría, mi razón para saltar. ¡Qué regalo el zumbido que anuncia mi próxima comida!
La tortuga, en cambio, caminaba lenta por el borde del agua. Cuando las moscas volaban cerca, ni las miraba. A veces, ante su insistencia, simplemente se metía en su caparazón.
—¿No te interesa atraparlas? —le preguntó la rana—. Están por todas partes.
—No me interesa perseguir lo que no necesito —respondió la tortuga con calma—. Lo que para ti es festín, para mí es molestia.
—¡Pero están ahí, al alcance! ¿Por qué esconderte?
—Porque soy tortuga y me molestan, para estar a gusto tengo mi caparazón sólo para mí—dijo—. Y porque no todo lo que se mueve merece atención.
La rana croó, divertida.
—¡Qué vida tan aburrida la tuya!
La tortuga sonrió sin apurarse.
—Y la tuya, qué llena de saltos innecesarios.
Ambas siguieron su día: una cazando lo que deseaba, la otra ignorando lo que no le afectaba.
Y así, sin disputa, compartieron el estanque en paz.
Porque en el mundo, lo que uno persigue, otro lo esquiva.
🐒 El Mono en el Templo
En un templo escondido entre las nubes, vivía un joven llamado Sorei. Había llegado allí buscando sabiduría, pero sentía que siempre estaba un paso detrás de los otros monjes. No comprendía los koans, no podía aquietar su mente, y su cuerpo era torpe al meditar.
Un día, mientras barría el patio, vio a un mono en el muro del templo, imitándolo. Cada movimiento que Sorei hacía, el mono lo copiaba con total concentración: barría, se inclinaba, hasta cerraba los ojos como si meditara.
Sorei rió al principio. Luego pensó: “Este mono no entiende nada de lo que hace. Y sin embargo… lo hace.”
Intrigado, comenzó a prestarle más atención. Día tras día, el mono regresaba. Día tras día, Sorei se sentaba a meditar con más firmeza. Se movía con más precisión. No quería que el mono lo imitara mal. Se volvió más disciplinado, más atento. Sin darse cuenta, empezó a vivir con más presencia, más entrega. Porque sentía que alguien lo observaba con el único propósito de ser como él.
Una mañana, al abrir los ojos después de una profunda meditación, Sorei no vio al mono. En su lugar, vio su propio reflejo en el cuenco de agua, y por primera vez no se sintió un impostor.
El maestro del templo, que había estado observando en silencio durante meses, se le acercó por detrás y dijo:
—Al principio el mono imitaba tus gestos… y tú imitabas la práctica. Pero hoy no hay diferencia entre lo que haces y lo que eres.
Y concluyó con suavidad:
—Cuando imitas algo, lo convocas.
🥣 El sonido del cuenco
El joven monje Kaito estaba inquieto. Aunque vivía en un monasterio rodeado de cerezos y silencio, su mente era un torbellino.
Una mañana, se acercó a su maestro, el anciano Ryō, mientras este limpiaba un cuenco de meditación.
—Maestro —dijo Kaito—, siento que algo está mal. No sé qué es, pero no encuentro paz.
El maestro le miró en silencio por un momento y luego le preguntó:
—¿Qué problema hay en este instante?
Kaito vaciló.
—Bueno… estoy confundido sobre mi camino.
Ryō asintió, tomó el cuenco y lo hizo sonar con una baqueta. Un zumbido suave y claro llenó el aire.
—¿En este preciso momento —dijo mientras el sonido flotaba— hay alguna confusión?
Kaito cerró los ojos. Solo escuchaba el sonido. Nada más.
—No —dijo—, ahora no.
Ryō lo miró con atención.
—Entonces, ¿qué problema hay en este instante?
Kaito pensó en su futuro: "¿Y si nunca despierto? ¿Y si esta vida ha sido en vano?"
—Tengo miedo de no alcanzar la iluminación.
El maestro señaló una hoja que caía lentamente de un árbol.
—¿Y ahora? ¿En este momento exacto en que esa hoja cae, hay algún problema?
Kaito bajó la mirada.
—No, maestro. No lo hay.
El anciano sonrió con dulzura.
—Cada vez que tu mente te diga que algo está mal, pregúntate con honestidad: ¿hay algún problema en este instante? No mañana. No ayer. Ahora.
Kaito cerró los ojos una vez más. Sintió el aire fresco en la piel, el crujir de las ramas, su respiración entrando y saliendo sin esfuerzo.
Y por fin comprendió.
No hay ningún problema en el presente.